La Hermosa

ERMITA DE LA HERMOSA.- Otro de nuestros templos es el santuario de la Virgen de la Hermosa, patrona de la villa. Se trata de un edificio de ladrillo enjalbegado de blanco reconstruido a mediados del S. XVIII bajo la dirección de Juan de Silva sobre las ruinas de otra ermita gótica, de tres naves, cubierta de madera y capilla mayor con bóveda encalada. Exteriormente tenía una galería de arcos descubiertos adosada a todo lo largo de la fachada sur. A principios del S. XVIII el edificio estaba en ruinas, agravadas estas por la caída de un rayo, del que milagrosamente se salvaron los monaguillos que tocaban las campanas. La reedificación se realizó hacia mediados de ese mismo siglo. Se unificaron las tres naves y se levantó una sola de 16 m. de largo por 8 de ancho con ocho capillas entre contrafuertes. Está decorada con estípites de yeso y cubierta con una bóveda de cañón. La espadaña es airosa con tres huecos. Todo se terminó en 1762.

¿Qué guarda en su interior este interesante templo? En primer lugar hemos de lamentar la desaparición de dos retablos, uno de la capilla mayor encargado en 1507 a Gil de Hermosa y un segundo en 1515 a Antón de Madrid. Estos se han perdido y el mayor fue sustituido en el primer tercio del siglo XVIII por otro de estilo barroco de procedencia llerenense y donado por D. Alonso del Corro Guerrero, Conde de Montalbán y mayordomo, a la sazón, de la ermita. Es barroco, dorado, con columnas salomónicas y dos cuerpos. En el superior hay un Crucificado vivo, de muy buena factura, flanqueado por S. Elías y S. Francisco de Paula, y en la inferior, las imágenes de S. Juan Bautista y el Arcángel S. Miguel a ambos lados del camarín, donde se encuentra la talla de la Virgen de la Hermosa, de gran belleza y debida, probablemente a la gubia de la Roldana, en palabras de Francisco Tejada Vizuete.

En las paredes del presbiterio diez óleos de gran tamaño lo adornan: cuatro son pasajes de la vida de la Virgen, otros cuatro los Evangelistas y en los tondos sobre las pechinas de las que arranca la bóveda, S. Agustín y S. Jerónimo. Los otros dos padres de la Iglesia, San Ambrosio y San Gregorio Magno, estaban en los otros dos tondos, pero el mal estado en que se encontraban los hizo desaparecer en los años sesenta del siglo pasado.

 En el arco toral, óleos de S. Nicolás de Bari, la Magdalena, Sta. Bárbara y el original Cristo de la Encina, de procedencia americana aunque de peor factura. Un precioso púlpito tallado en madera y con forma de cáliz separa el presbiterio de la nave principal.

Ya en ésta destacan los retablos barrocos de la Virgen de los Dolores y Nº Padre Jesús Nazareno, aquella de principios del S. XX, sustituta de otra anterior y éste, una imagen de vestir de 1689, probablemente del escultor antequerano Pedro Roldán. Salen el miércoles Santo.

En el segundo arco a la izquierda un san José, quizás del mismo autor y, probablemente la mejor imagen de todas. En el de la derecha un magnífico relieve que representa el milagro de la casulla de S. Ildefonso, con figuras enteras y otras medias, por tanto bajo y altorrelieves, de Martínez de Vargas o de Rodríguez Lucas.

El tercer hueco está ocupado por un retablo de estilo rococó, dorado y recamado con pinturas que reflejan la historia de su titular S. Antonio Abad, que ocupa el centro del retablo bajo dosel de un cuarto de esfera. El frontal del altar tiene una inscripción que dice: “Este retablo se dorò siendo mayordomos Valentín Muñoz y Joseph Gómez. Año de 1774”.

Izquierda, otro retablo barroco construido a base de estípites dorados que contiene la imagen llamada de la Aparecida. Es la imagen más antigua: la Virgen sentada con el niño en las rodillas, restaurada hace unos años y de 75 cm. de altura. Probablemente del siglo XV. Mélida la fecha con anterioridad. Algunos de estos retablos, así como el propio templo, los desarrollo a continuación con más amplitud.

 LA ERMITA DE LA VIRGEN.- No hay revista local, folleto turístico o cualquier otro documento referido a nuestro pueblo, sea sobre papel o en soporte informático, que, cuando habla de él, no incluya alguna vista de la ermita de la Hermosa, sobre todo, su fachada. Su proverbial blancura, su airosa espadaña, su situación en la parte más alta del pueblo, la hacen ser objetivo de todas las cámaras o modelo de pintores. Si entramos en ella, sus imágenes, retablos o pinturas, forman un conjunto tan atractivo que la hacen una de las más visitadas de nuestras iglesias.

Pero, echemos la vista atrás y hagamos un poco de historia. Nuestra ermita no ha sido siempre como es ahora y la forma con que hoy la vemos y la disfrutamos, poco tiene que ver con su estructura primitiva.  La actual data sólo desde el siglo XVIII en que, estando en ruinas la que había, se reconstruye con arreglo a las corrientes artísticas de la época.

¿Cómo era la que albergaba a “Santa María la Hermosa” antes de ese siglo? Desde la reconquista a los árabes, a mediados del siglo XIII, Fuente de Cantos perteneció a la Orden de Santiago, que se preocupó de la reconstrucción de los pueblos, de su repoblación con cristianos procedentes del norte de España y de la construcción de iglesias y ermitas donde antes había sinagogas y mezquitas. De igual forma, la Orden enviaba cada cierto tiempo a sus visitadores, que velaban para que estos edificios sagrados estuvieran debidamente atendidos y se celebraran en ellos los correspondientes cultos con toda dignidad.

Pues bien, gracias a los escritos de estos visitadores que permanecen custodiados en distintos archivos nacionales, han podido llegar hasta nosotros las escasas noticias que de la primitiva ermita de la Hermosa se conocen.

Así, podemos saber que, a finales el siglo XV (probablemente se había construido en el S. XIV o incluso antes) era un edificio gótico que constaba de tres naves, cuatro arcos, con sacristía y que una reja, compuesta por “astas de lanza”, dividía el presbiterio del cuerpo de la iglesia. Su cubierta era de madera y la capilla mayor tenía la bóveda encalada. Exteriormente tenía una galería de arcos descubiertos, adosada a lo largo de la fachada sur. A principios del S. XVIII, este edificio estaba en ruinas, agravadas éstas por la caída de un rayo del que, milagrosamente, se salvan los monaguillos que tocaban las campanas. La reedificación se realizó a mediados de ese siglo: se unificaron las tres naves en una sola que se decoró con estípites de yeso y se cubrió con bóveda de cañón. A los pies de la nave se levantó esa elegante espadaña que todos conocemos con sus tres huecos para las campanas. Su maestro de obras fue Juan de Silva y se terminó hacia 1.762.

Y ¿qué guardaba en su interior aquella primitiva ermita? En primer lugar hemos de lamentar la desaparición de dos valiosos retablos. Uno, el principal, el de la capilla mayor, encargado en 1.507 al afamado retablista Gil de Hermosa (qué casualidad), que debió de presidir la iglesia hasta principios del s. XVIII en que se sustituyó por el actual, de estilo barroco, probablemente realizado en Llerena y donado por D. Alonso del Corro Guerrero, su mayordomo, como ya hemos indicado. (Datos del historiador local J. M. Valverde Bellido).

El segundo de estos retablos, más pequeño, es de 1.515. Este año, los visitadores ordenan que el dinero que hubiere se gaste en  “… la obra del retablo que esta mandado hacer para la dicha iglesia que tiene a su cargo Antón de Madrid, vecino de Çafra”. (Este imaginero era  el más importante de ese tiempo. Muy probablemente talló nuestra Virgen de la Granada). El citado retablo era “… de tabla dorada de pincel con una imagen de Nuestra Señora de bulto con el Niño Jesús” en su hornacina central.

En 1.498 se describe por primera vez la imagen de la Virgen de la Hermosa como “… de bulto de madera con su hijo” y se dice de Ella que tenía una corona “… de un marco e media onça de plata”, adornada con “seys piedras”. Se nos dice, además, que la iglesia “… tiene un altar de la vocación de la dicha ermita, esta en el Nuestra Señora… y unos manteles de lienço, ara y corporales y hijuela cubierta con una palia de terciopelo con una cruz de oro en medio y un frontal de lienço pintado… ay otro altar que se dice de la vocación de Santiago… tiene unos manteles de lienÇo y un frontal de lienço pintado y una cortina encima de lienço… Ay otro altar de la vocación de San Antón… tiene unos manteles de lienço y un frontal de estopa teñido y una cortina de lienço”. (Esta última advocación aún conserva su altar)

En 1.508 los visitadores disponen la realización de una nueva talla “…de syete palmos de alto… de las que se hacen en Sevilla que sea muy buena con un sol a la redonda todo dorado”. Esta nueva imagen (desconocida) no llegó a sustituir nunca a la primitiva (¿la Aparecida?) ya que en 1.511 fue cedida a la Cofradía por la ermita, que la solicitó para su uso “… por quanto la dicha iglesia tiene otra imagen antigua en que tiene el pueblo devoción”.

De este mismo año (1.511) sabemos que en la Hermosa se celebraba la Vigilia de Todos los Santos documentada también cuando se manda al mayordomo que “… amoneste a las personas que alla fueren a velar que an de estar y esten deçentemente en la dycha iglesia y en ella no anden cantares ni otras cosas proximas so pena de cien maravedies”

La Hermosa, como en la actualidad, siempre tuvo visitadores, cofradía y mayordomos preocupados por su conservación y buen uso de sus instalaciones. En esta misma visita se prohíben los juegos en sus portales: “…se mando al dicho mayordomo que atraviese en los portales unos palos para que se escuse el juego de pelota que allí se juega e a los alcaldes de la dicha villa que son o fueren fagan pregonar que no jueguen ninguno en aquel lugar so pena de cien maravedis por la primera vez e por la segunda doblado e sy los dichos alcaldes no executaren las dichas penas que la paguen por sus personas e bienes”.

De igual forma, ejemplo de esta preocupación por la ermita y sus enseres es la recomendación que se hace: “… que quando aderecen la iglesia en las fiestas… por los santos (se refiere a las pinturas) que hay en la dicha iglesia no asienten clavos”

Por último hemos de decir que en el inventario que se hace en 1.576 figuran “… unas andas en que sale Nuestra Señora el dia del Corpus Christi”. (He aquí una costumbre perdida)

A partir de finales del S. XVII se le fueron agregando algunos retablos e imágenes hasta conseguir el santuario que ha llegado hasta nosotros y que hoy podemos admirar. Con toda seguridad los fuentecanteños que, en tiempos venideros, nos sucedan sabrán cuidar este preciado patrimonio y el del resto del pueblo. De esta forma podrán legarlo con todo su esplendor a las generaciones futuras. 

LA IMAGEN DEL NAZARENO: Fuente de Cantos es un pueblo que ha tenido bastante suerte con el patrimonio artístico-religioso que nos han legado nuestros mayores. A pesar del paso del tiempo, de la invasión francesa o de la guerra civil, nuestros principales templos han podido conservar, casi en su totalidad, los retablos, pinturas e imágenes con que fueron dotados en su origen.

Al igual que la Iglesia Parroquial y el convento de las Madres Carmelitas, la ermita de Nª Sª de la Hermosa es una auténtica joya, no sólo por su airosa arquitectura, sino por la serie de lienzos y representaciones escultóricas que guarda en su interior. Prestemos especial atención a la figura de Nuestro Padre Jesús Nazareno, que desde hace más de trescientos años está con nosotros y sale en procesión cada Miércoles Santo.

Se trata de una excelente talla de la que no se conoce su fecha exacta de ejecución, aunque algunos investigadores la situaban hacia finales del siglo XVII o principios del XVIII, adjudicando su factura a la escuela o círculo de Pedro Roldán, escultor antequerano afincado en Sevilla (donde murió en 1700), de cuya prodigiosa mano salieron muchas de las imágenes barrocas que, aún hoy, se veneran en Andalucía. A este respecto, quiero aportar algunos datos que demuestran que la imagen de nuestro Nazareno es algo anterior a la fecha que se le atribuye, y por tanto, muy bien pudiera ser obra, no de algún discípulo, sino del propio Roldán.

Durante los días 15 al 18 de Abril de 1689 realiza una visita a Fuente de Cantos “…fray Joseph Georgerini, arzobispo de Samos, misionero custudio de la Santa Cueva de San Juan Evangelista en la isla de Patmos y vicario general de Benamexí…” con el fin de impartir el Sacramento de la Confirmación. A lo largo de estos días confirmó a un total de setecientas treinta y cinco personas en la Parroquia, en el convento del Carmen y en la iglesia del convento de las Madres Concepcionistas (hoy Casa de la Cultura). En el libro correspondiente de Bautismos del Archivo Parroquial figura, además de la lista de las personas confirmadas, figura, al final, una nota que dice así:

“… y en esta conformidad acavó su Ilma. las confirmaciones desta villa oy lunes diez y ocho de Abril de mill seiscientos y ochenta y nueve años y concedió cuarenta dias de indulgencias a todos los fieles cristianos que reçaren un Padre Ntro. con un Ave María yncado de rodillas de lante de la ssda. ymajen de ntra. ssª de la Granada, patrona desta villa que esta en su ssª Iglesia mayor della. Asimismo ha concedido otros cuarenta dias de indulgencia a todos los fieles cristianos que de rodillas reçaren otro Paternóster con una Ave Maria delante de la ssª ymajen de Jesús de Nazareno que esta en la ermita de ntra. sra. de la Granada digo de la Hermosa la qual dicha ymajen la vendició su Ilma. bestido de pontifical…”

(Nótese que el escribano confunde, y enseguida rectifica, la iglesia Parroquial con la ermita de la Hermosa).

Dado que la anterior visita la realizó el vicario general de la provincia de León, el lcdo. D. Miguel de Prado y Sandoval, el día 21 de Abril de 1.682, y teniendo en cuenta que era costumbre bendecir durante esas visitas las imágenes nuevas que se adquirían, debemos concluir que la citada imagen del Nazareno debió de llegar a nuestro pueblo entre esas dos fechas: de 1.682 a 1689; por lo que pudo haber sido obra, como ya hemos dicho de Pedro Roldán, que por entonces rondaba los sesenta años (había nacido en 1624), cosa nada extraña, pues en esa época, Fuente de Cantos tuvo la fortuna de contar entre sus habitantes con varias familias pudientes y religiosas, a cuya generosidad debemos la mayor parte de los tesoros artísticos que aún hoy podemos admirar.

EL RETABLO DE SAN ANTONIO ABAD: Uno de los altares laterales de la ermita de Nª Sª de la Hermosa es el dedicado a S. Antonio Abad. Situado entre el de S. José y el de la Virgen Aparecida, se trata, según descripción de Juan Manuel Valverde, “de un retablo de un cuerpo, tres calles y remate en cascarón muy cóncavo del más puro estilo rococó. Está construido a base de rocallas entrelazadas y tallos rizados. En el centro se ubica un templete que cobija la imagen titular”. Entre las cuatro columnas quince ingenuos cuadros de pequeño formato nos ofrecen escenas de la vida del Santo. En el ángulo inferior derecho hay uno más que nos presenta al mayordomo de la Cofradía repartiendo limosnas a los pobres. Por cierto que la casa allí reflejada sólo puede corresponder a una de las del pueblo: la casa parroquial, situada en la plaza de Sta. Teresa. Sería su vivienda. En el frontal del altar de esta pequeña capilla, generalmente tapado por los manteles, se nos muestra una leyenda que dice: “Este retablo se doró siendo mayordomos Valentín Muñoz y Joseph Gómez. Año de 1774”.

Pero, ¿quién era S. Antonio Abad, y quienes sus mayordomos en esa época?

 Este santo, patrón de los animales domésticos (además de los tejedores de cestos, fabricantes de pinceles, de los cementerios y de los carniceros) y cuyo nombre significa “floreciente”, nació en Coma, en el Alto Egipto, y conocemos su vida a través de la biografía redactada por su discípulo San Atanasio, a fines del siglo IV.

En su juventud, Antonio que era hijo de acaudalados campesinos, se sintió conmovido por las palabras de Jesús: “Si quieres ser perfecto vende cuanto tienes y dalo a los pobres”. Y esto hizo, retirándose al desierto donde vivió en soledad durante veinte años. Divulgada su fama de santidad, accedió, correspondiendo al ruego de numerosos eremitas, a dejar su retiro para convertirse en su guía espiritual. Fundó un monacato cerca de Menfis, considerado como el modelo de futuros monasterios. Viajó a Alejandría y participó en las interminables controversias arriano-católicas que se produjeron en el siglo IV. Una gran colección de anécdotas o breves ocurrencias conocidas como “apotegmas” que nos ha legado la tradición, lo revela como  poseedor de una incisiva espiritualidad, siempre genial, desnuda como el desierto en que vivió y siempre fiel a la revelación evangélica. Antonio, a quien la tradición le llama “el grande”, murió muy anciano en el año 356 en las laderas del monte Colzim junto al mar Rojo. Su fiesta se celebra el 17 de Enero.

Fuente de Cantos, pueblo que siempre se ha dedicado a las labores del campo, tuvo en S. Antonio Abad el patrono protector de los animales domésticos tan necesarios para la economía rural. Por eso lo veneró en la ermita de la Hermosa e incluso creó la Cofradía que lleva su nombre y cuya existencia conocemos porque, según el Archivo de Protocolos Notariales de Fuente de Cantos, en 1773, compró diez fanegas de tierra en el sitio de Los Arenales, siendo mayordomos D. José Parra y D. Juan Gómez de Ledesma.

Probablemente, este último es el padre de José Gómez que aparece en la inscripción del frontal de su altar que junto a su cuñado Valentín Muñoz (el otro mayordomo) tiene que acometer la obra de restauración de la capilla que debió de arruinarse en 1762, cuando un rayo cae sobre el campanario, destruyendo el arco que lo sostenía y parte de la zona posterior de la Iglesia, salvándose milagrosamente (según la leyenda) los niños que tocaban las campanas.

Así que ese mismo año en noviembre y sufragada por el pueblo, se inicia su reconstrucción bajo la dirección de Juan de Silva, obrero mayor de la casa de Feria. Terminadas las obras, probablemente en 1765, se realizó y colocó el retablo que comentamos y que todavía hoy podemos admirar. Una vez asentada y seca la madera se procedió a su dorado, como indica la inscripción, en 1774.

Con la ayuda de los libros de nuestro Archivo Parroquial, hemos podido averiguar algo de la vida de estos dos mayordomos José Gómez Viera y Valentín Muñoz Ruano. He aquí sus partidas de casamiento:

22-II-1751.- Jose Gomez natural desta villa hijo legitimo de Juan Gomez natural de la Higuera de Fregenal y de Ana Biera su mujer ya defuncta natural desta y vecina della con Isabel Muñoz natural desta, hija legitima de Francisco Flores natural de la villa de la Higuera de Fregenal y de Ana Muñoz su mujer natural de esta y vecinos della.  Actuaron de testigos Antonio de Ribera, presbítero, D. Benito Sánchez alcalde ordinario por el estado noble y D. Rodrigo Sánchez, hidalgo.

7-V-1754.- Christóbal  Valentin Muñoz, natural y vecino desta villa hijo lexitimo de Manuel Muñoz y de Manuela Ruano su mujer, natural y vecina desta villa con Francisca Viera natural y vecina de la prectada villa hija legítima de Juan Gomez natural de la Higuera de Fregenal y vecino desta y de Ana Viera su mujer, defuncta natural que fue desta.

Y de forma resumida, otras alusiones a nuestros protagonistas:

1761.- Muere un niño de Valentín Muñoz y Francisca Gómez.

1771.- José Gómez es el albacea de Francisco Flores, su suegro.

1773.- Muere un niño de Valentín Muñoz y de Francisca Viera. (Como se puede observar, usa indistintamente el apellido del padre o de la madre. No era como hoy)

1773.- Muere Francisca Gómez, hija de José Gómez e Isabel Muñoz Flores.

1781.-Valentín Muñoz encuentra un expósito en la Hermosa “al salir el sol”. (Probablemente aún sería el  mayordomo).

1789.- El 28 de Enero muere José Gómez de la Higuera

1790.- El 27 de Marzo muere su mujer, Isabel Flores.

1795.- Aún vive Valentín Muñoz, que ejerce de albacea. Su muerte no se ha logrado encontrar todavía.

Fco. Flores      Ana Muñoz                                                             Manuel Muñoz      M. Ruana

Juan Gómez      Ana Viera

    Isabel Muñoz                      José Gómez            Fca. Viera                     Cristóbal Valentín  

        Manuel Gómez                    Teresa Ruana

Bien, ésta es la pequeña historia de uno de los retablos más artísticos que tenemos en nuestra ermita. Por cierto le hace falta una urgente restauración. Esa debería ser la próxima actuación de la Cofradía para conservar su excelente patrimonio.

EL CRISTO DE LA ENCINA.-Otro de los grandes lienzos que alberga el Santuario de la Virgen de la Hermosa es, sin duda, el que representa “El Cristo de la Encina”. Con toda probabilidad, no es de los mejores en cuanto a categoría pictórica se refiere, pero su temática es tan original y existen tan pocos ejemplares en el mundo, que, sólo por este motivo, merece aparecer junto a las demás joyas artísticas de nuestra ermita.

Anónimo, del siglo XVIII, pintado en América y traído de allí, está situado en el frontal derecho de la nave principal del templo, inmediatamente por encima de la imagen del Corazón de Jesús. Representa un Cristo Crucificado, de cuerpo semiescondido dentro del tronco de un gran árbol y cuyos brazos están clavados en dos grandes ramas horizontales en forma de cruz. En el lado derecho un “infiel”, en actitud arrogante, tras el que se ve una caballería que, distraídamente, busca alimento en el suelo. A la izquierda, un cristiano cuyo pie está apresado por grilletes y, cerca del tronco, un hacha. Entre las ramas y por encima de estos personajes, aves de colores exóticos, adornan tan singular escena.

¿Qué significa esta pintura? De ella nos dice D. Juan Manuel Valverde en el número 41 de los Cuadernos Populares de la Editora Regional de Extremadura, “Fuente de Cantos: el pueblo de la espadañas”: “… De mayor interés es el óleo del Cristo de la Encina, iconografía poco frecuente en la que Cristo emerge del tronco de dicho árbol para acabar con la falta de fe de uno de los personajes de los dos que, a los lados, lo miran con asombro, mientras que el otro apostrofaba al incrédulo. Se trata de uno de los escasos ejemplares en los que se representa este desconocido episodio, existiendo tan, sólo tres, además de Fuente de Cantos, en toda Extremadura: los de las parroquiales de Valencia de Alcántara y Ceclavín y el de San Mateo de Cáceres. Realizado en la primera mitad del siglo XVIII, debió llegar a esta villa, procedente de Cartagena de Indias como donación de la familia del Corro, al igual que otro cuadro que también conserva esta ermita y que efigia a San Nicolás de Bari, obra, como el Cristo, de gran ingenuidad y colorismo.”

También D. Carmelo Solís en la Historia de la Baja Extremadura, página 1003 se refiere a este cuadro en los siguientes términos: “… Pero lo más original de las pinturas mexicanas de la Baja Extremadura la constituye el “Cristo de la Encina” en el santuario de Nuestra Señora de la Hermosa de Fuente de Cantos. Hemos de advertir que ya al principio de la segunda mitad del XVII llegan a esta villa donaciones de la familia de “los Corros”, que por entonces se afincan en Cartagena de Indias, lugar donde D. Diego del Corro Carrascal ejerce funciones de Inquisidor Apostólico. En el caso de nuestra pintura, no podemos precisar la fecha del envío, pero sí asegurar que se trata, junto a los de la Alta Extremadura (parroquias de Ceclavín y San Mateo de Cáceres), de uno de los pocos ejemplares del tema cuya originalidad estriba en la bella fusión que se produce entre el cuerpo de Cristo y el añoso árbol de la encina, que se convierte así en cuerpo y soporte del Crucificado, como visión singularísima de nuestra Redención.”

Efectivamente, son pocos los cuadros con este tema que existen en el mundo. Como ya hemos visto, hay uno en la iglesia de S. Mateo en Cáceres, del que dice F. J. García Mogollón que “representa al Cristo que un misionero escondiera en una encina, descubierto posteriormente por un leñador indígena sorprendido por la inesperada aparición”. 

Hemos podido averiguar que hay otros cuadros de la misma temática en la parroquia de Villamiel (Cáceres), en la de San Vicente de Alcántara, éste firmado por Juan Cordero de Acosta y en Ceclavín (Cáceres), aunque el de esta última no es pintura, sino escultura. De igual forma, hay varios en América del Sur.

He aquí, resumida, la deliciosa leyenda que ha dado lugar a estas representaciones y que debo a la amabilidad de D. Francisco Galavís Gordillo, de Valencia de Alcántara, quien me ha enviado la página correspondiente del libro “Curiosidades de la Historia de Extremadura”, de Elías Diéguez Luengo:

“En el Perú, en la frontera con Bolivia vivía un extremeño de Ceclavín. Allí había una hermosa encina en forma de cruz, al lado de la cual se acostumbraba a rezar, en el verano y cuando hacía buen tiempo, el rosario. Y al pie de ese árbol fue enterrada la esposa del dueño de la hacienda.

Una vez, vinieron dos indios de la selva, uno llamado Yupanqui, que venía enfermo y fue atendido y curado, convirtiéndose al cristianismo; pero el otro, llamado Tupac, huyó a la selva de nuevo. Pasó el tiempo. Una noche descubrieron a un indio que con un hacha intentaba derribar la encina. Y ante el asombro de todos vieron que, a cada golpe de hacha saltaban chispas y que la corteza del árbol, al caer, iba dejando al descubierto, los pies, las rodillas sangrantes y el resto del cuerpo del Cristo Crucificado. Una misteriosa luz iluminó la escena y entonces conocieron al indio: era Tupac, el huido, que había vuelto, quien al ver aparecer a Cristo formando parte del árbol, cayó de rodillas diciendo que quería ser bautizado, que creía en Cristo.

Tupac fue bautizado con el nombre de Miguel y hasta se casó con la hija del extremeño dueño de la hacienda. Los años pasaron y este extremeño llamado José Sánchez Bustamente, sintió deseos de volver a su tierra natal, a Ceclavín y así lo hizo, en compañía de su hija y del indio Tupac, ya convertido en Miguel.

Y en recuerdo de esta historia, trajeron a Extremadura la advocación del Cristo de la Encina. Tupac terminó sus días en Ceclavín y allí quedan familias que descienden de él y de la hija de D. José Sánchez Bustamente.”

Fuente de Cantos, en su santuario de la Hermosa, tiene la suerte de contar con uno de los pocos ejemplares que existen en el mundo con esta singular advocación, gracias a la generosidad de uno de sus hijos. Por cierto: D. Diego del Corro Carrascal se bautizó en nuestra parroquia el día 26 de Abril de 1.617. Era hijo de Gonzalo Hernández del Corro y de María Carrascal, siendo su padrino Diego Alonso Gallego, regidor perpetuo de dicha villa.

En nuestro archivo parroquial hay dos menciónes a este óleo que comentamos: La primera es en 1727, en que a un expósito que aparece en la Hermosa lo bautizan con el nombre de José Eleuterio de la Encina. Y la segunda es en 1795. Muere D. Manuel Murillo, administrador de la Encomienda y deja, sobre un olivar de su propiedad en el sitio de la Hornera, una misa cantada perpetua, que se celebrará en  Nª Sª de la Hermosa y en el día de la exaltación al Santísimo Cristo de la Encina (probablemente el 14 de septiembre, fecha que instituyó en 1763 un obispo extremeño), cuya limosna habrá de satisfacer durante los días de su vida Dª María Villanueva de Soto, su mujer.

A los fuentecanteños, nos corresponde ahora cuidar el cuadro y legarlo a generaciones venideras para que puedan disfrutar de tan raro ejemplar artístico.

EL RELIEVE DE LA CASULLA DE S. ILDEFONSO: Es el segundo retablo del lado de la Epístola, frente al de San José: se trata de un magnífico relieve que representa el milagro de la imposición de una casulla, por parte de la Virgen, a S. Ildefonso.

La obra está atribuida a Juan Martínez de Vargas y data, con toda probabilidad, del siglo XVII. Flanqueado por dos columnas de fuste espigado, podemos ver varias figuras esculpidas en madera, policromadas y estofadas, en forma de altorrelieve que dan a la escena una profundidad y un volumen difícilmente mejorables. Sobresalen las figuras del santo, de rodillas y la de la Virgen, que le impone la casulla como agradecimiento al fervor que aquél le profesa. Otras figuras, algunas con una palma en la mano, contemplan el milagro. El suelo, decorado con baldosas cuadradas blancas y negras, sirve de base a todo el conjunto.

Desconozco la razón, pero Fuente de Cantos debió de ser muy devoto de este santo, pues, también en la Parroquia, en la parte más alta del retablo que alberga la imagen de S. Francisco de Asís, hay una pintura al óleo con el mismo motivo.

¿Quién era San Ildefonso? Nació este santo en Toledo en el año 606, hijo de Esteban y Lucía, nobles visigodos parientes del rey Atanagildo. Fue educado desde niño por su tío San Eugenio y siendo todavía muy joven pasó a Sevilla, atraído por la figura de San Isidoro y con él cursó Filosofía y Humanidades. Tanto llegó a querer el maestro a su discípulo que, cuando llegó la hora de volver a Toledo, aquél trató de impedírselo, durante algún tiempo, llegando incluso a retenerlo para que desistiera.

De vuelta a su Toledo natal, tomó el hábito de San Benito y se retiró al monasterio de Agalia, junto al Tajo. Allí se dedicó a la oración y al estudio, siendo ordenado de mayores por San Eladio. Más tarde fue abad del convento de S. Cosme y S. Damián, distinguiéndose por su fe inquebrantable y una inagotable caridad. Muertos sus padres recibió una gran herencia que le permitió construir un convento para monjas en una tierra de su propiedad.

A la muerte de su tío San Eugenio fue nombrado arzobispo de Toledo, cuyo sillón ocupó el uno de Diciembre del 659, no sin haberlo rehusado, pero sufrió grandes presiones, incluso del rey Recesvinto, y tuvo que aceptar.

Escribió “De la perpetua virginidad de Santa María”, “Introducción pastoral sobre el Bautismo”, “Marcha por el desierto del espíritu” y continuó el tratado “Hombres ilustres” de San Isidoro. También se conserva una colección de “Sermones” que guardaba el monasterio de Silos y que hoy están en el British Museum de Londres.

A su muerte, acaecida el 23 de Enero de 669, fue enterrado en la iglesia de Santa Leocadia, situada muy cerca de donde nació. Con la invasión árabe y presionados por Abderramán I, los toledanos llevaron su cuerpo hacia las montañas de Asturias y enterraron sus reliquias en Zamora, donde aún descansan. Su fiesta se celebra el 23 de Enero; fue el unificador de la liturgia en España y el más grande defensor de la Concepción Inmaculada de María.

La tradición popular le atribuye el milagro que podemos admirar en el retablo que nos ocupa: una noche de diciembre, él y otros clérigos fueron a cantar los himnos de maitines a la Virgen, sin embargo, la capilla brillaba con una luz tan intensa que sintieron temor. Todos huyeron menos él y sus dos diáconos. Se acercaron al altar: allí estaba la Inmaculada Concepción sentada en la silla del obispo. Le hizo señas para que se acercase y cuando lo hizo, le dijo: “Tú eres mi capellán y fiel notario, recibe esta casulla que te envía mi Hijo”. Luego se la impuso, advirtiéndole que sólo debía usarla en los días festivos designados en su honor.

Este milagro hizo que el Concilio de Toledo pusiese un día de fiesta para perpetuar su memoria: el 18 de diciembre, hoy Nª Sª de la Esperanza. Todo esto aparece documentado en el Acta Sanctorum.

Artistas como El Greco, Valdés Leal o Velázquez lo han plasmado en sus cuadros y escritores como Gonzalo de Berceo o Lope de Vega le han dedicado sus páginas más poéticas. Incluso nuestro Zurbarán lo plasmó en uno de sus cuadros que se guarda en el Monasterio de Guadalupe.

Fuente de Cantos tiene la suerte de poseer dos adaptaciones de este milagro que tan en boga estuvo en el siglo XVII: una pintura y una escultura. La ermita de la Hermosa guarda la segunda de ellas. Sirvan estas líneas para que, quien las lea, pueda admirar este bello relieve.

LA APARECIDA

Vamos detenernos ahora en la imagen de la Virgen a la que llamamos cariñosamente “La Aparecida”, ubicada en el último altar del lado del Evangelio, junto a la puerta que, desde la ermita, da acceso al Coro.

Es, con toda probabilidad, la imagen más antigua de nuestro patrimonio artístico. El retablo que la acoge, restaurado hace unos años, está formado por pequeños estípites (columnas en  forma de pirámide truncada) profusamente adornados con motivos florales que, seguramente, tuvo que ser arreglado para adecuarlo a este emplazamiento, al provenir de alguna otra ermita fuentecanteña de las más de veinte que existieron en los siglos XIV, XV y XVI.

La imagen de La Aparecida está confeccionada en madera tallada, estofada y policromada. Mide un metro y treinta centímetros, incluyendo la peana y la corona; treinta y ocho centímetros de ancha y treinta de profundidad (130 x 38 x 30 cms.). Es de estilo gótico, de autor anónimo y ha sido fechada por José Ramón Mélida  (1926) en el siglo XIII; por Juan Manuel Valverde Bellido, a principios del S. XIV y por Francisco Tejada Vizuete a finales de este mismo siglo.

Representa a la Virgen sentada, con una flor en su mano diestra y  sobre su rodilla izquierda la figura del Niño, de pie y con una paloma en su mano izquierda mientras bendice con la derecha. Ambas figuras llevan coronas metálicas añadidas. La Virgen viste túnica azul, decorada con flores doradas, que deja ver unos zapatos puntiagudos y manto verde oscuro que cae desde los hombros. El Niño viste una túnica marrón, también decorada con pequeñas flores.

Los que ya tenemos cierta edad recordamos el brazo derecho de la Madre cortado y recompuesto, envuelto en vendas manchadas de un desvaído color rojo que el fervor popular atribuye al milagro que se produjo al cortarle el brazo para robarle el Niño, del que brotó sangre. Parece ser que el motivo de tal mutilación fue para poder colocarle un traje en la época en que se puso de moda vestir a todas las imágenes, allá por el siglo XV.

En cuanto al nombre con que se conoce esta imagen, La Aparecida, viene de otra leyenda piadosa, común a otras muchas Vírgenes que pasaron a presidir muchos de nuestros templos, tras la reconquista cristiana a los árabes (circunstancia ésta que, en Fuente de Cantos, sucedió en tiempos de Fernando III el Santo, a mediados del siglo XIII). Seguramente comenzó a llamársele de esta forma cuando, en los albores del siglo XVIII, esta imagen fue sustituida por la actual que ocupa el camarín de nuestra ermita como titular, para distinguirla de ella. En ningún documento del archivo parroquial en que se menciona a la Virgen lo hace con el nombre de Aparecida, es por tanto una tradición popular.

A los que crecimos bajo la sombra de su ermita, se nos contaba de pequeños que esta Virgen escogió el lugar del emplazamiento de su santuario en el lugar en que está y no más abajo, aproximadamente en el lugar que ocupa hoy el Altozano, que era hasta donde, entonces llegaban los límites del pueblo y donde se le comenzó a erigir. Lo que se construía de día aparecía caído cada mañana y así hasta que se hizo en el paraje que hoy ocupa, que por cierto, se llama Miranda y Hermosa. Cualquier persona que posea un trozo de tierra en este sitio puede comprobarlo en los documentos notariales. ¿No sería éste el motivo por el que nuestra Patrona es la Virgen de la Hermosa? 

ERMITAÑOS DE LA HERMOSA.-Aunque el actual santuario de la Hermosa data de mediados del siglo XVIII, sabemos que, con anterioridad, existía otro, ubicado en el mismo lugar, de estilo gótico, cuyo primer dato histórico está fechado a finales del siglo XV. Esta ermita primitiva debió de construirse, probablemente, a finales del siglo XIII o principios del siguiente, a raíz de que Fuente de Cantos fuera reconquistado definitivamente a los árabes en 1.248, por el rey castellano Fernando III el Santo. Hace, por tanto, unos seiscientos años que la Virgen de la Hermosa vela por su pueblo y éste le  corresponde venerándola y dándole culto, preferentemente por medio de su Cofradía.

Pero hasta el siglo XVIII en que el casco urbano se expande hacia “el camino de Sevilla”, la ermita de nuestra Patrona estaba lejos del centro de la villa y “extramuros della”, tal como podemos leer en numerosos documentos. Sin embargo, a pesar de esta distancia, la Virgen nunca estuvo sola, siempre hubo personas que cuidaban de la imagen y de su santuario: eran los ermitaños.

Cierto es que todas las ermitas y hospitales los tenían, pero nos vamos a extender un poco más en los de la Hermosa, por ser los más numerosos y por tratarse de la Virgen que tenemos por patrona.

Eran los ermitaños gente humilde, de procedencia diversa, forasteros muchos de ellos, descendientes de esclavos libertos en alguna ocasión, pero que, a pesar de ello, algunos de sus nombres han llegado hasta nosotros, podemos conocerlos y expresarles hoy nuestro agradecimiento, porque gracias a su celo y cuidado ha podido llegar hasta nosotros el conjunto histórico y artístico que constituye la ermita de la Hermosa.

El primero del que tenemos noticias, teniendo en cuenta que en nuestros archivos no hay documentos anteriores a 1555, es Pedro Lorenzo, de quien se dice que estaba casado con María Ximénez en 1570. Por el padrón de 1574 sabemos que vivía en una de las últimas casas de la calle Santa María (hoy, N. Megía) aproximadamente por lo que hoy corresponde al altozano.

Ya en 1586 el ermitaño es otro, pues se bautiza Cristóbal, “un niño de por amor de de Dios que se echó en casa de Domingo García, ermitaño de la Hermosa” y en 1605 se menciona a Juan Rodríguez, rezador, casado con María Rodríguez, “ermitaños de Santa María” y cinco años más tarde es una mujer “Ana López, la Asturiana, ermitaña de Nuestra Señora de la Hermosa”, quien cuida de ella. Algún tiempo después, en 1617, se bautiza “un hijo de Diego de Figueroa y María Méndez, su mujer, ermitaños de la Hermosa”.

Como suele suceder en estos casos, dependiendo del escribano que ponga la partida, unas veces se alude a ellos sólo con el nombre, como en 1631 en que se bautizó María, “una niña que truxo Joana, ermitaña de la Hermosa, echada a la puerta de dicha iglesia” o en 1736 en que se entierra “Pedro, ermitaño de Nuestra Señora de la Hermosa”.

Otras veces no conocemos ni sus nombres siquiera, aunque tengamos noticias de ellos a través de otros medios: la inscripción de una de las lámparas que adornan el altar mayor dice así: “soy de Jesús y santa María la Hermosa, la izo un ermitaño de limosnas que juntó. año 1.716”. Probablemente este anónimo ermitaño pudo ser el hermano Manuel de San Agustín, a quien se menciona este mismo año como padrino de un niño.

En otras ocasiones el escribano nos da el nombre, los apellidos e, incluso, su lugares de origen: En enero de 1681 se entierra “Juan Martín Portasnovas, ermitaño  de Nª Sª de la Hermosa” (Por el apellido, probablemente, portugués) y en 1739 el ermitaño es “Gabriel Jiménez, natural de la villa de Orcajada, obispado de Cuenca” y ese mismo año le sustituye “Eufrasio, hijo de Antonio de la Fuente y de Ana Florencia, su mujer, natural de Cazorla, obispado de Jaén, ermitaño de nª Sª de la Hermosa”.

Al año siguiente sólo sabemos que hay uno nuevo, Juan Gómez y tres años después nos encontramos con la muerte de “el hermano Diego de san Joseph, ermitaño en el santuario de María Santísima de la Hermosa, extramuros della (de la villa), natural de Fuentes de León”. En 1747 se entierra “el hermano Juana Joseph, natural de San Felipe, reyno de Balencia, ermitaño de la Hermosa” y en 1750 fallece también “Juan Silgado, ermitaño de Nª Sª de la Hermosa, natural de Osuna”.

Y por último, la persona de quién más datos tenemos es el hermano Blas, del que, con ocasión de su muerte acaecida el 16 de Agosto de 1779, dice así el correspondiente libro de enterramientos “… enterré al hermano Blas, hermitaño que fue en la hermita de ntra. señora  de la hermosa, el que no dijo de donde era natural, y solo se le encontró una zertificación  que a la letra es como sigue: “Fr. Bernardo Hidalgo, Presdte. Prior del Convento de ntro. Pe. Sn Agustín de Cádiz, zertifico, doy fe (y si es 8juro in vervo sacerdotis) como D. Blas Clavijo está secularisado, y como tal seglar puede caminar con toda libertad por donde quiera por ser lexittimte.; Expuesto de ntra religión en la provincia de Méjico, donde fue religioso lego y para su resguardo y qe. Conste donde convenga lo firmo en dcha. ciudad de Cádiz en veinte y seis dias del mes de Abril de mil setecientos sesenta y nueve años. Fr. Bernardo Hidalgo, Presidte. Prior”. Recivio los Santos Sacramentos de Penitencia y eucaristía y para que conste, lo firmé. Dn Matheo Frndez. de Silva”.

Hay, además una nota al margen que dice así “Y asi mismo se albierte que dicha zertificación  se zertificó por mano de tres escribanos: Manuel de la Barreda, Bernardo de la Calle, Diego de la Barreda”.

Quizás haya sido excesiva esta sucesión de nombres y fechas, pero creo que merece la pena no dejarse atrás a ninguna de estas personas, entregadas al cuidado de la ermita, y a través de las cuales homenajeamos a todos aquellos fuentecanteños o no que, a lo largo de tantos años, han trabajado por mantener viva la devoción a su Patrona y al propio tiempo han conservado para las futuras generaciones su santuario y cuanto en él se encierra.

LA CAPILLA MAYOR.- Elevada, más o menos un metro, sobre el  piso de la nave principal, la Capilla Mayor, está formada por el presbiterio, cubierto por una cúpula sobre tambor, y el camarín, también abovedado, en el que se aloja la Virgen.

En el presbiterio destaca el altar, primorosamente tallado en mármol, de una sola pieza, procedente, con toda probabilidad de canteras locales (como el de la Parroquia). Sobre él, el retablo mayor de la ermita, de estilo barroco, confeccionado en talleres llerenenses,  a principios del siglo XVIII (1.735 ?) y donado por el Conde de Montalbán, a la sazón mayordomo de la Hermosa. 

Tiene un único cuerpo, apoyado en cuatro ménsulas en cuya parte central sobresale el Sagrario. Está formado por tres calles delimitadas por columnas salomónicas. En las calles laterales, sobre repisas, destacan las figuras de S. Juan Bautista, señalando el Cordero de Dios y la del Arcángel S. Miguel aplastando un dragón, símbolo del mal. Entre estas dos imágenes se abre un profundo camarín donde se expone la Virgen de la Hermosa, titular de la ermita, delicada talla del siglo XVIII, debida, probablemente, a la Roldana, extraordinaria imaginera sevillana, hija del no menos célebre Pedro Roldán, de quién ella había heredado sus magníficas cualidades escultóricas.

Acaba el retablo en un piñón semicircular con las imágenes de San Elías y de San Antonio Abad. El primero, protector de la Orden del Carmelo (el Conde era descendiente de la fundadora del Convento del Carmen) y el segundo, titular de una cofradía muy activa en aquellos años.

En el centro de este semicírculo y bajo el adorno que remata el retablo, podemos contemplar la imagen del Cristo de la Expiración, talla sevillana del s. XVIII, que representa un Crucificado, vivo, de inusual perfección para ser una figura destinada a ocupar un lugar tan alto.

En los tondos de la bóveda, bajo el tambor de la cúpula, destacan dos óleos que representan a S. Agustín y a S. Jerónimo, habiendo desaparecido otros dos gemelos de éstos, que representarían a los otros dos padres de la Iglesia, S. Gregorio Magno y S. Ambrosio.